Monza '67, cuando lo imposible se hace posible
Cómo recuperar una vuelta perdida y ponerse primero
http://www.livevideo.com/video/Racing/A2...ights.aspx
Hoy en día estamos acostumbrados a que los pilotos usen los boxes y sus correspondientes cambios de neumáticos para adelantar algún puesto. Fernando Alonso y el equipo Ferrari dio la mejor muestra el pasado Gran Premio de Italia, en Monza, cuando el español pudo superar en los boxes a Jenson Button, después de ser incapaz de hacerlo en el asfalto.
Pero hubo una época en la que para ganar una carrera había que hacerlo a pulso de adelantamientos. Así es como Jim Clark logró la primera posición después de recuperar una vuelta perdida. Y sin KERS.
Carreras de novela
Hay carreras que bien parecen novelas. Carreras en las que narrar todos los acontecimientos es casi tan divertido como haber visto la carrera por televisión. Carreras en las que los incidentes más destacados del día no son investigaciones de la Federación por chicanes saltadas o adelantamientos dudosos. Son carreras en las que los cambios de líderes se suceden vuelta tras vuelta y donde el desarrollo final es tan increíble que, de haberse publicado como ficción, no tendría crédito. Es el caso que hoy nos ocupa: una de las carreras más increíbles de todos los tiempos.
Y es que hubo una época en la que parar en boxes no era lo más aconsejado para mantenerse en cabeza. Quizá una de las carreras más recordadas por la proeza acontecida y la injusticia posterior (mala suerte, que llamamos) sea el Gran Premio de Italia de 1967, también en la legendaria pista de Monza. El inolvidable Jim Clark, uno de los pilotos más recordados, recuperó una vuelta perdida tras cambiar un pinchazo y se puso de nuevo líder de carrera, remontando quince puestos. Pero el destino le tenía deparada una sorpresa demasiado desagradable. Pero hubo más momentos memorables.
Un salida rocambolesca
Si la última carrera disputada en Monza nos pareció emocionante, nuestros seguidores más veteranos no podrán olvidar lo que pasó el 10 de septiembre de 1967 sobre ese mismo asfalto. El blanco y negro todavía abundaba en las televisiones cuando Jim Clark hacía de las suyas clasificándose primero para arrancar en la prestigiosa carrera italiana. Jack Brabham (con el Brabham BT24) y Bruce McLaren (con su nuevo BRM V12) le seguían de cerca. Presente estaba también Jon Surtees, ex motociclista que levantaba al público de sus asientos, quizá recordando sus éxitos con la MV Agusta en los años 50 o ambos campeonatos mundiales de 1964 con Ferrari. La lluvia jugó malas pasadas en los entrenamientos clasificatorios, por lo que Surtees se vio relegado al noveno lugar. No fue el único: Hill, Stewart o Hulme se quedaron en el pelotón. La carrera prometía emociones fuertes.
Dieciocho coches para cien metros de pista libre antes de la primera gran curva. Sin chicanes ni escapatorias de asfalto; riesgo, velocidad y Fórmula 1. Nervios a flor de piel. Todo tenía que desarrollarse perfectamente, sin complicaciones, sin sobresaltos, sin imprevistos. Pero estaba claro que esa carrera no iba a ser una carrera normal: desde la misma salida, los pilotos no sabían a qué comisarios hacer caso: o al que sostenía la bandera verde y les daba paso a la parrilla de salida o al que, en realidad, debía dar la salida (con una bandera tricolor). Finalmente, el pelotón furioso arrancó antes de tiempo; mientras unos pilotos se preparaban para arrancar, otros pasaban a toda velocidad a su lado. El juez de la bandera tricolor ni siquiera había ascendido la escalera desde donde debía dar la salida, y lo hizo segundos después casi por compromiso, cuando los coches ya iban a toda velocidad hacia la maravillosa Curva Grande.
Tras el lío inicial de la primera vuelta, Dan Gurney (con un Eagle) se puso a la cabeza. No muy lejos, en la cuarta posición, Clark aspiraba a sobrepasarle, aunque antes debía adelantar a Hill y Brabham. Sólo una vuelta más tarde, lo había conseguido: era primero.
Un pinchazo inoportuno
Mientras Hulme, Hill y Brabham se perseguían en un bonito grupo por el segundo lugar, Clark había conseguido despegarse en cabeza. Su Lotus Ford 49 rodaba sin problemas, sólido, rápido y seguro. Por detrás, otras mecánicas pagaron cara la velocidad de Monza, y los abandonos por roturas se sucedieron. Fue entonces cuando Clark empezó a notar extrañas vibraciones. Comenzaba la novena vuelta y su liderazgo estaba en peligro por la inestabilidad de su bólido. Hulme ya era segundo tras dejar a Hill en la estacada, y ahora se proponía acabar con Clark, aprovechando que su montura estaba claramente herida. No le costó mucho hacerse con el liderato de la carrera. Jim, segundo, prefirió parar en boxes a arriesgarse a abandonar, como ya había hecho un puñado de rivales.
Una parada en boxes era lo peor: demasiado tiempo perdido para cambiar una rueda. Entonces no se tardaban tres segundos, y la endiablada velocidad de la pista suponía un mayor hándicap para quien se bajaba unos segundos del tren. Pero no había opción. Clark entró en boxes y cambió su neumático dañado, que había ido perdiendo presión paulatinamente sin llegar a estallar. Cuando los mecánicos terminaron, regresó a la pista nada más y nada menos que en el decimosexto lugar. Mientras Hill, Hulme y Brabham se intercambiaban el primer puesto entre ellos en una lucha que mantenía al público entusiasmado, Clark inició su propia carrera: una vuelta perdida para recuperar cuanto antes. Imposible, pensarían muchos. Clark está fuera de combate. Ilusos. Clark demostró que, a veces, lo imposible es posible: rodando un segundo más rápido que la cabeza de carrera (Hill, Hulme y Brabham). En la vigésima segunda vuelta, Jim ya veía bien de cerca el coche de Brabham. El problema es que no iba a adelantarle, sino a desdoblarle. Una vuelta más tarde se había desdoblado de Brabahm y rodaba entre él y Hulme. Los dos Brabham le hacían un emparedado del que pronto se zafó: en la vigésimo cuarta vuelta estaba delante de la cabeza de carrera. Rodaba en la misma vuelta. “Sólo” tenía que recuperar los casi seis kilómetros de circuito para volver a encontrárselos y, esa vez sí, luchar por posición. El inglés estrujó su bólido hasta límites casi prohibitivos, sin importarle las consecuencias, con decisión y una endiablada velocidad que le llevó a igualar su propio tiempo logrado en la “pole position”: 1,28,05 (en la vigésima sexta vuelta).
Un final de película
Dos vueltas más tarde, Hulme se retiró: su motor no ha aguantado la constante lucha en la primera posición. Algo parecido le pasó a Hill, que abandonó tras romper en la Parabólica, derramando aceite en plena frenada. Clark se frotaba las manos: era el más rápido y el más consistente, a pesar de la diferencia brutal de distancia. Los segundos caían y los rivales también: sexto, quinto, cuarto, tercero… Delante de él, en segunda posición, Surtees, quien poco a poco había ido escalando, aprovechándose de las desgracias de los demás. Pero Clark no estaba dispuesto a indultarle, pues quería recuperar la primera posición que logró en los entrenamientos. Estamos en la vuelta sesenta y quedan muy pocos kilómetros para el final. Clark adelanta a Surtees y no tiene reparos para hacer lo mismo con Brabham. Era primero. La hazaña se completó. Lo imposible se hizo posible.
Pero no se puede cantar victoria antes de tiempo. Si de dichos hablamos, en Fórmula 1 tenemos muchos. Que la carrera no termina hasta que no se cruza la línea de meta tiene aquí otra gran razón de peso. Muy a pesar de Jim Clark: la diferencia que el inglés de Lotus había sido capaz de acumular se iba desvaneciendo poco a poco. Cuando los tres líderes en cabeza enfilan la última vuelta, el V8 del Ford Cosworth de Clark no parecía empujar igual. La Curva Grande fue el inicio del fin. A 266 kilómetros por hora, nuestro protagonista vio cómo todo su esfuerzo se truncó simplemente por falta de gasolina. Había apretado tan durante tantas vueltas que su motor había consumido demasiado carburante. A penas podía soñar con llegar a meta. El Brabham de Jack y el Honda de Surtees adelantaron a Clark e iniciaron un último duelo apoteósico en la última vuelta del Gran Premio.
En un final tan apasionante no podía faltar un último rueda contra rueda en la misma línea de meta. Antes, Brabham había intentado el último interior a Surtees, tras salir emparejado por toda la recta posterior, a toda velocidad. La frenada hacia la Parabólica, última curva de esa carrera, sería increíble: el Brabham tomó el interior de la curva, pero Jack sabía que había un enemigo más: el aceite derramado por el coche de Hill. Derrapando, cabeceando de lado a lado y levantando nubes de sepiolita, Jack creyó haber ganado la carrera cuando salió de la curva primero. Pero Surtees no estaba dispuesto: se pegó a su cola y aceleró al máximo. Sin el apoyo aerodinámico actual, sin alerones ni deflectores, Surtees pudo adelantar y ganar la carrera por sólo dos centésimas de diferencia, entrando a meta completamente emparejado a Brabham. El director de la carrera, con la bandera de cuadros, no daba crédito a lo que veían sus ojos. Ni el público, al ver a Jim Clark aparecer con su sediento Lotus, en la tercera posición, cruzando la meta rebañando hasta la última gota de gasolina. No había ganado la carrera, pero fue un digno protagonista de un fin de semana inolvidable.
Fuente: TheF1.com
Cómo recuperar una vuelta perdida y ponerse primero
http://www.livevideo.com/video/Racing/A2...ights.aspx
Hoy en día estamos acostumbrados a que los pilotos usen los boxes y sus correspondientes cambios de neumáticos para adelantar algún puesto. Fernando Alonso y el equipo Ferrari dio la mejor muestra el pasado Gran Premio de Italia, en Monza, cuando el español pudo superar en los boxes a Jenson Button, después de ser incapaz de hacerlo en el asfalto.
Pero hubo una época en la que para ganar una carrera había que hacerlo a pulso de adelantamientos. Así es como Jim Clark logró la primera posición después de recuperar una vuelta perdida. Y sin KERS.
Carreras de novela
Hay carreras que bien parecen novelas. Carreras en las que narrar todos los acontecimientos es casi tan divertido como haber visto la carrera por televisión. Carreras en las que los incidentes más destacados del día no son investigaciones de la Federación por chicanes saltadas o adelantamientos dudosos. Son carreras en las que los cambios de líderes se suceden vuelta tras vuelta y donde el desarrollo final es tan increíble que, de haberse publicado como ficción, no tendría crédito. Es el caso que hoy nos ocupa: una de las carreras más increíbles de todos los tiempos.
Y es que hubo una época en la que parar en boxes no era lo más aconsejado para mantenerse en cabeza. Quizá una de las carreras más recordadas por la proeza acontecida y la injusticia posterior (mala suerte, que llamamos) sea el Gran Premio de Italia de 1967, también en la legendaria pista de Monza. El inolvidable Jim Clark, uno de los pilotos más recordados, recuperó una vuelta perdida tras cambiar un pinchazo y se puso de nuevo líder de carrera, remontando quince puestos. Pero el destino le tenía deparada una sorpresa demasiado desagradable. Pero hubo más momentos memorables.
Un salida rocambolesca
Si la última carrera disputada en Monza nos pareció emocionante, nuestros seguidores más veteranos no podrán olvidar lo que pasó el 10 de septiembre de 1967 sobre ese mismo asfalto. El blanco y negro todavía abundaba en las televisiones cuando Jim Clark hacía de las suyas clasificándose primero para arrancar en la prestigiosa carrera italiana. Jack Brabham (con el Brabham BT24) y Bruce McLaren (con su nuevo BRM V12) le seguían de cerca. Presente estaba también Jon Surtees, ex motociclista que levantaba al público de sus asientos, quizá recordando sus éxitos con la MV Agusta en los años 50 o ambos campeonatos mundiales de 1964 con Ferrari. La lluvia jugó malas pasadas en los entrenamientos clasificatorios, por lo que Surtees se vio relegado al noveno lugar. No fue el único: Hill, Stewart o Hulme se quedaron en el pelotón. La carrera prometía emociones fuertes.
Dieciocho coches para cien metros de pista libre antes de la primera gran curva. Sin chicanes ni escapatorias de asfalto; riesgo, velocidad y Fórmula 1. Nervios a flor de piel. Todo tenía que desarrollarse perfectamente, sin complicaciones, sin sobresaltos, sin imprevistos. Pero estaba claro que esa carrera no iba a ser una carrera normal: desde la misma salida, los pilotos no sabían a qué comisarios hacer caso: o al que sostenía la bandera verde y les daba paso a la parrilla de salida o al que, en realidad, debía dar la salida (con una bandera tricolor). Finalmente, el pelotón furioso arrancó antes de tiempo; mientras unos pilotos se preparaban para arrancar, otros pasaban a toda velocidad a su lado. El juez de la bandera tricolor ni siquiera había ascendido la escalera desde donde debía dar la salida, y lo hizo segundos después casi por compromiso, cuando los coches ya iban a toda velocidad hacia la maravillosa Curva Grande.
Tras el lío inicial de la primera vuelta, Dan Gurney (con un Eagle) se puso a la cabeza. No muy lejos, en la cuarta posición, Clark aspiraba a sobrepasarle, aunque antes debía adelantar a Hill y Brabham. Sólo una vuelta más tarde, lo había conseguido: era primero.
Un pinchazo inoportuno
Mientras Hulme, Hill y Brabham se perseguían en un bonito grupo por el segundo lugar, Clark había conseguido despegarse en cabeza. Su Lotus Ford 49 rodaba sin problemas, sólido, rápido y seguro. Por detrás, otras mecánicas pagaron cara la velocidad de Monza, y los abandonos por roturas se sucedieron. Fue entonces cuando Clark empezó a notar extrañas vibraciones. Comenzaba la novena vuelta y su liderazgo estaba en peligro por la inestabilidad de su bólido. Hulme ya era segundo tras dejar a Hill en la estacada, y ahora se proponía acabar con Clark, aprovechando que su montura estaba claramente herida. No le costó mucho hacerse con el liderato de la carrera. Jim, segundo, prefirió parar en boxes a arriesgarse a abandonar, como ya había hecho un puñado de rivales.
Una parada en boxes era lo peor: demasiado tiempo perdido para cambiar una rueda. Entonces no se tardaban tres segundos, y la endiablada velocidad de la pista suponía un mayor hándicap para quien se bajaba unos segundos del tren. Pero no había opción. Clark entró en boxes y cambió su neumático dañado, que había ido perdiendo presión paulatinamente sin llegar a estallar. Cuando los mecánicos terminaron, regresó a la pista nada más y nada menos que en el decimosexto lugar. Mientras Hill, Hulme y Brabham se intercambiaban el primer puesto entre ellos en una lucha que mantenía al público entusiasmado, Clark inició su propia carrera: una vuelta perdida para recuperar cuanto antes. Imposible, pensarían muchos. Clark está fuera de combate. Ilusos. Clark demostró que, a veces, lo imposible es posible: rodando un segundo más rápido que la cabeza de carrera (Hill, Hulme y Brabham). En la vigésima segunda vuelta, Jim ya veía bien de cerca el coche de Brabham. El problema es que no iba a adelantarle, sino a desdoblarle. Una vuelta más tarde se había desdoblado de Brabahm y rodaba entre él y Hulme. Los dos Brabham le hacían un emparedado del que pronto se zafó: en la vigésimo cuarta vuelta estaba delante de la cabeza de carrera. Rodaba en la misma vuelta. “Sólo” tenía que recuperar los casi seis kilómetros de circuito para volver a encontrárselos y, esa vez sí, luchar por posición. El inglés estrujó su bólido hasta límites casi prohibitivos, sin importarle las consecuencias, con decisión y una endiablada velocidad que le llevó a igualar su propio tiempo logrado en la “pole position”: 1,28,05 (en la vigésima sexta vuelta).
Un final de película
Dos vueltas más tarde, Hulme se retiró: su motor no ha aguantado la constante lucha en la primera posición. Algo parecido le pasó a Hill, que abandonó tras romper en la Parabólica, derramando aceite en plena frenada. Clark se frotaba las manos: era el más rápido y el más consistente, a pesar de la diferencia brutal de distancia. Los segundos caían y los rivales también: sexto, quinto, cuarto, tercero… Delante de él, en segunda posición, Surtees, quien poco a poco había ido escalando, aprovechándose de las desgracias de los demás. Pero Clark no estaba dispuesto a indultarle, pues quería recuperar la primera posición que logró en los entrenamientos. Estamos en la vuelta sesenta y quedan muy pocos kilómetros para el final. Clark adelanta a Surtees y no tiene reparos para hacer lo mismo con Brabham. Era primero. La hazaña se completó. Lo imposible se hizo posible.
Pero no se puede cantar victoria antes de tiempo. Si de dichos hablamos, en Fórmula 1 tenemos muchos. Que la carrera no termina hasta que no se cruza la línea de meta tiene aquí otra gran razón de peso. Muy a pesar de Jim Clark: la diferencia que el inglés de Lotus había sido capaz de acumular se iba desvaneciendo poco a poco. Cuando los tres líderes en cabeza enfilan la última vuelta, el V8 del Ford Cosworth de Clark no parecía empujar igual. La Curva Grande fue el inicio del fin. A 266 kilómetros por hora, nuestro protagonista vio cómo todo su esfuerzo se truncó simplemente por falta de gasolina. Había apretado tan durante tantas vueltas que su motor había consumido demasiado carburante. A penas podía soñar con llegar a meta. El Brabham de Jack y el Honda de Surtees adelantaron a Clark e iniciaron un último duelo apoteósico en la última vuelta del Gran Premio.
En un final tan apasionante no podía faltar un último rueda contra rueda en la misma línea de meta. Antes, Brabham había intentado el último interior a Surtees, tras salir emparejado por toda la recta posterior, a toda velocidad. La frenada hacia la Parabólica, última curva de esa carrera, sería increíble: el Brabham tomó el interior de la curva, pero Jack sabía que había un enemigo más: el aceite derramado por el coche de Hill. Derrapando, cabeceando de lado a lado y levantando nubes de sepiolita, Jack creyó haber ganado la carrera cuando salió de la curva primero. Pero Surtees no estaba dispuesto: se pegó a su cola y aceleró al máximo. Sin el apoyo aerodinámico actual, sin alerones ni deflectores, Surtees pudo adelantar y ganar la carrera por sólo dos centésimas de diferencia, entrando a meta completamente emparejado a Brabham. El director de la carrera, con la bandera de cuadros, no daba crédito a lo que veían sus ojos. Ni el público, al ver a Jim Clark aparecer con su sediento Lotus, en la tercera posición, cruzando la meta rebañando hasta la última gota de gasolina. No había ganado la carrera, pero fue un digno protagonista de un fin de semana inolvidable.
Fuente: TheF1.com
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